…típica noche muerta posterior a la magna fiesta mexicana.
Llegué a mi departamento en la colonia Satélite en Cuernavaca, el cual, por
azares del destino, me veo forzado a compartir con otros dos singulares
personajes, los cuales, en esta ocasión llamaré Luis y Eduardo; el punto es que
al arribar a mi humilde morada tenía un hambre atroz, lo que me hizo convencer
a Luis para que cocinara algo para la cena, y el tipo se dispuso a poner unos
frijoles en un sartén para, según él, hacer uno de sus platillos de barrio
“gourmet”, y así transcurrieron algunos
minutos hasta que a las 9:35 de la noche llegó Eduardo a la casa, acompañado de
su novia. Era de esperar que las intenciones del buen Lalo, no fueran otras que
las pasar una noche de fornicio con su “morra”, como le gusta llamarle, por lo
tanto no nos sorprendió el hecho de que no quisiera que estuviéramos ahí para
presenciar esos asquerosos momentos, nosotros tampoco queríamos estar ahí. Lo
que sí nos tomó un tanto en sorpresa fue que nos dijera lo siguiente “Oigan, ¿no quieren irse por unas caguamas en
lo que nosotros platicamos un rato?”, acto siguiente, nos dio un billete de
cien pesos y las llaves de su Dodge Stratus del 2001.
No lo pensamos dos veces, tampoco preguntamos la procedencia
de su asqueroso dinero, el punto es que, a las 9:50 pm me encontraba manejando
por Boulevard Cuahunahuac con Luis de copiloto y buscando algún lugar de esta
ciudad en donde pudiera saciar el hambre que tenía desde ya hace un poco más de
una hora.
Así pues, esa noche nuestros pasos (en este caso, llantas)
nos llevaron hasta una tienda de autoservicio Extra que se encontraba casi llegando a Jiutepec, ahí decidimos
parar y comprar unas cervezas, al pagar en la caja busqué en el bolsillo trasero
de mi pantalón, mi cartera, ya que planeaba pagar las bebidas con mi dinero,
así no gastaría los otros cien pesos que me servirían para comer, pero,
adivinen quien había dejado la cartera en la casa, exacto, yo. De una u otra
forma, conseguimos pagar las cervezas y seguir nuestra búsqueda de comida, fue
así que decidimos perdernos en las hermosas y tranquilas colonias que se
encuentran entre los límites de Cuernavaca y Jiutepec, con el fin de encontrar
unas ricas garnachas y fritangas para acompañar las cervezas que ya teníamos.
10:49 pm. Recuerdo
bien la hora, porque justo en ese momento un mensaje de mi padre había llegado
a mi celular “¿ya cenaste algo?”; no lo respondí, no soy tan cínico.
Después de estar vagando y gastando gasolina en lugares a
los cuales no quieres que tus hijos vayan de noche, nos percatamos de que una
camioneta blanca tipo pick-up, nos venía siguiendo desde hacía ya unos quince o
veinte minutos. Sinceramente no tenía ni la más remota idea de en donde estaba
y mucho menos de cómo salirme de ese lugar, eso aunado a que manejaba un carro
que no era mío y que me seguía un o unos tipos en una camioneta que no se veía
muy confiable. Decidimos mantener la calma, seguir tomándonos las cervezas que
aún teníamos y tratar de perderlos entra calles. 11:50 la camioneta blanca
seguía detrás de nosotros, estábamos totalmente perdidos y lo peor, ¡solo
quedaban dos cervezas! Por alguna extraña razón aparecimos frente a un fraccionamiento
residencial en Sumiya, nos dirigimos a la entrada, ya que sabíamos que ahí
seguro que nuestros “amigos” no nos continuarían acompañando, y dicho y hecho,
al ver que nos acercábamos a la caseta de vigilancia quien o quienes venían en
tal vehículo se fueron por otra calle y no supimos más de ellos. Aun así,
decidimos que sería una idea súper cool meternos a dar vueltas como estúpidos
por el fraccionamiento. Ya en la caseta, el vigilante me pidió una
identificación para poder pasar y darme un gafete de visitante, pero,
¿recuerdan quien había olvidado la cartera en la casa? Así que Luis dejó la
suya y cumplimos nuestro cometido de manejar como estúpidos en el
fraccionamiento aquel.
Eran ya la 1:00 am del lunes 17 de septiembre, habíamos
logrado llegar a la avenida Plan de Ayala, ahí ya sabía cómo hacer para llegar
a mi casa, tampoco soy tan inútil como mi relato me hace parecer.
Cerca de la
1:30, estábamos entrando por la puerta de nuevo, Eduardo había terminado ya su
fiestecilla y enviado a su amiguita en un taxi a su casa; “¿qué tranza, donde
andaban?”, nos preguntó. “Nomás fuimos por tacos aquí a la esquina, casual” le
respondí mientras me retiraba a dormir con el estomago vacio.